Decidió que haría y se puso a hacer.
Hacer para mamá, hacer para papá, hacer para …
Hizo sin pausa. Una tas otra las gotas de sudor se evaporaban en el propio hacer.
Hizo e hizo tanto que lo hecho se amontonaba y aun quedaba por hacer, así que siguió haciendo con estrés, el espacio se iba terminando para lo que tenía pendiente.
Hizo por si, por otros, por mi, por ti, por hacer…
Hizo tanto que su ser se quedó sin sitio y se “fue”.
Siguió haciendo, con ahinco, algo faltaba por llenar.
Hizo e hizo en su mente, hasta en la enfermedad, pues no encontraba el sentido sin hacer.
Hizo para construir ese valor que no se terminaría de llenar.
Hizo tanto que para poder llegar a un lugar tenía que sortear todo lo hecho hasta el momento, tanto que en su casa ya no había espacio, ni el aire podía entrar.
Hizo tanto que ese hacer se convirtió en sepulcro.
Hizo e hizo hasta que, un día, se empezó a derrumbar.
Sin hacer nació la ansiedad, el enfado, el dolor, el sin sentido, la oportunidad. Lo que ha se había podrido de viejo dejaba espacio para el aire, habría que ventilar y aprender de nuevo como poder entrar. Mirar primero, respirar, al hacer tanto hasta el aire de los pulmones había quedado atrás, ese fue el momento de parar.