La desconexión (de uno mismo) no permite el disfrute.
El disfrute nace de la entrega.
Para la entrega se necesita vínculo.
Para el vínculo es fundamental el encuentro.
Y para él hay que estar dispuesto a encontrarse con lo desconocido.
Sin una entrega a la “muerte” la vida se vuelve inerte,
el valor se escapa,
se esconde de si misma en la superficie.
esto no tiene nada que ver con una actitud suicida,
con un deseo de dolor
o con un abandono de uno mismo;
si no, más bien, una entrega al fin del control,
a nuevas posibilidades desconocidas,
a sorprenderse uno mismo,
a algo más allá del propio ser,
a que la vida, los demás… puedan también jugar sus cartas más allá de nuestra propia fantasía.
Eso es estar dispuesto a la “muerte”
del instante tal como se había conocido,
de las relaciones controladas,
de la propia imagen,
del dolor,
del placer,
de las emociones…
pues sin ella
las posibilidades de crecer en el presente se limitan a la fantasía.
Por ello el olvido tiene un papel importante,
no un olvido de desconexión
ni tampoco como evitación;
si no, de nuevo, se trata de un dejar atrás,
un no cargar los viejos condicionamientos,
las ideas fijas,
las emociones estereotipadas:
un soltar lastre para dar espacio a lo que está llegando.

Y es en ese recibir presente donde el disfrute late de nuevo.

 

 

 

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