La sociedad, últimamente, está sumida en procesos individuales de neurotización.
En la historia de cada uno ha habido una traición al propio ser buscando sobrevivir a situaciones que eran demasiado dolorosas, a un nivel subjetivo, (con esto quiero decir que no tiene que ser algo que a nivel objetivo sea considerado traumático). Esto sucede en el periodo infantil y, como niños, deriva en asimilar una serie de defensas neuróticas que irán acompañado el resto de la vida, generalmente de una forma inconsciente. Es algo así como si en un momento de mi infancia un niño necesita una armadura, se hace a medida de aquel tiempo. Como es necesaria y se siente en riesgo presente necesita ponérsela habitualmente hasta que llega el momento en que se olvida que la lleva puesta, de hecho hay una tendencia a identificarse con esa armadura de alguna forma. Como adulto se encontrará con que ahí dentro no hay el espacio que necesita, que no puede crecer libremente, que no es fácil contactar con el mundo y los demás, en definitiva que no es fácil saber que hay más allá ni tampoco más acá de la vieja armadura. Esto, generalmente, pasa desaparecido, hay un introyecto que se ha encargado de recordar los peligros de salir de ahí con lo que terminará pareciendo más real que la vida misma.
Esta situación hará que se vayan repitiendo ciclos en la vida. Sensaciones, emociones, relaciones, resoluciones, situaciones… Relacionadas, de alguna forma con esta herida inicial. Algo así como si la vida insiste en comprobar si todo sigue igual o si hay nuevas opciones, como si quisiera entrenar a la persona para que pueda salir de ahí. Y este es el momento en que más frecuentemente surge la demanda de un proceso psicoterapéutico. Una vez repetidas respuestas o situaciones vitales que no satisfacen las necesidades reales.
Y para que el terapeuta? Pues en parte por que la propia defensa de la persona tiende a reinterpretar la vida desde el interior de la armadura, amoldándose a alguno de los eslabones de la misma, ya que es difícil, no por que la persona no sea suficiente si no por los mensajes inconscientes y los aprendizajes vitales que van a barrer hacia esa visión que en su día nos permitió sobrevivir. El terapeuta permite una visión externa, como un ancla más allá del castillo en que uno se encuentra, acompañado en el proceso de abrir las puertas poco a poco, en el proceso de ir buscando la propia esencia, para poder descubrirnos, y tomar puntos de vista que muchas veces acercan y ayudan a que se deje de buscar a uno mismo allá donde no está, o al menos a rescatar que allí solamente estaba el que busca, lo que es algo de gran importancia. (…)